lunes, 9 de junio de 2014

NO HABRÁ NINGUNO IGUAL A CARLOS MONZÓN


En la vida áspera del barrio Barranquitas, el primer sitio que se inunda cuando llega la crecida puntual del río Paraná, allá en Santa Fe, entre los ranchos de lata con puso de tierra, donde duermen siete u ocho amontonados, surgió un flaco medio morocho que metía miedo incluso hasta a los lugareños.
Un sujeto difícil de catalogar. Andando bien podías ser simpático, tenía la sonrisa ancha y pícara, gustaba de las bromas. Enojarlo era peligroso. Se ponía torvo y malo como un jabalí herido.
En ese mundo de calles áridas y polvorientas, de sol inclemente, vino tinto y tabaco negro, de hombres sudorosos y mujeres empujadas a la vida, donde el más fuerte rapiña un poco más, creció Carlos Monzón, el más temible boxeador latinoamericano de la historia. Que no lo fue ni por técnica ni por estilo: lo fue por hambre, por instinto y por inteligencia. Tampoco se propuso ser el mejor. Con seguridad, jamás tuvo sueños de boxeador.
El amaba el fútbol y era hincha fanático de Colón de Santa Fe, el club de los negros, de los pobres. Pero en fútbol no alcanza con ser duro; hay que saber jugar, tener las piernas ágiles y al Negro no le daba para eso.
De una infancia sin juguetes y un pasado sin honor, como dice el tango, Monzón fue boxeador por consecuencia lógica, por ferocidad. En las trenzadas de bajo fondo, donde las cuestiones se dirimen a cuchillo, con revólver o a trompadas, se dio cuenta que ganaba fácil. Astuto como era, advirtió que para un tiempo como él, habituado a los rigores callejeros, que tanto dormía en el rancho como en la celda de una comisaría, subirse a un ring a enfrentar a un muchacho que hacía box porque le agradaba o porque tenía condiciones, era una tontera.
}Entró al gimnasio Cochabamba en condiciones físicas deplorables, , producto de una grave desnutrición infantil, la misma desnutrición que, a cambio, le forjó su dureza interior, su terrible mirada, fría como el acero de una espada, y el miedo que daba. Cayó en manos del único hombre al que obedeció ciegamente en su vida: Amilcar Brusa.
El gran fabricante de campeones supo de inmediato que tenía enfrente a un peleador diferente., Lo cobijó con respeto y aprecio y el indio salvaje que habitaba en Monzón se canalizó en el box. El resto lo hicieron las vitaminas y el pulimento que le proporcionó el maestro.
Nino Benvenutti era campeón olímpico, europeo y mundial., Un estilista, un fenómeno. Monzón era el negro de más agallas de Barranquitas, título que no se obtiene recogiendo flores precisamente.
Y como ea de esperar, porque no había equivalencia ninguna, Monzón lo despedazó. Idéntica situación se repitió con fenomenales rudos, extraordinarios púgiles como Emile Griffith, Beny Briscoe, Jean Claude Bouttier, Rodrigo Valdez, Mantequilla Nápoles.
La técnica, el vigor, las dotes excepcionales de estos chocaban, irremediablemente, contra ese instinto animal, fermento del pasado. Lo mismo les hubiese sucedido a Marvin Hagler, a Ray Sugar Leonard o a Roberto Mano de Piedra Durán. Ninguna virtud boxística lo hubiera derrotado. Tampoco física, porque a fuerte, el Negro era fuerte y medio. Y mucho menos por inteligencia.
Monzón tenía la astucia del cazador. de campo, que sabe esperar el momento de saltar sobre su presa. Le gustaban más las mujeres que comer. También el trago fuerte, pero antes de cada pelea se cuidaba como un asceta. La misma inteligencia que impidió que algún manejador inescrupuloso lo esquilmara. La misma que, en la vida y a pesar de todos sus entreveros con la ley, le hizo ver que valía más la pena estar de este lado del mostrador.
La imagen de duro le dio fama entre el sexo débil, antes y después de la gloria. Se le entregaban solas, deseosas de conocer sus dotes de supermacho. El dinero le llegó a borbotones. El cine le abrió paso a su leyenda. Pero a la gente no le gusta tanto éxito y a él le faltó sobriedad para manejarlo. En un hecho confuso, la sociedad se ensañó con el Negro y lo envió al destierro de la cárcel. Con la muerte, el personaje legendario, protagonista de mil andanzas y hazañas, entra en la mitología del deporte. Ahora, más que nunca, es un libreto cinematográfico.
De algo se puede estar seguro: no habrá ninguno igual.


1 comentario:

BALANCE DEPORTIVO dijo...

Me parece un comentario criterioso. mas alla de aprender con lo apuntado