NO HABRÁ NINGUNO IGUAL A CARLOS MONZÓN
En la vida áspera del barrio Barranquitas, el primer sitio
que se inunda cuando llega la crecida puntual del río Paraná, allá en Santa Fe,
entre los ranchos de lata con puso de tierra, donde duermen siete u ocho amontonados,
surgió un flaco medio morocho que metía miedo incluso hasta a los lugareños.
Un sujeto difícil de catalogar. Andando bien podías ser simpático, tenía la
sonrisa ancha y pícara, gustaba de las bromas. Enojarlo era peligroso. Se ponía
torvo y malo como un jabalí herido.
En ese mundo de calles áridas y polvorientas, de sol inclemente, vino tinto y
tabaco negro, de hombres sudorosos y mujeres empujadas a la vida, donde el más
fuerte rapiña un poco más, creció Carlos Monzón, el más temible boxeador latinoamericano
de la historia. Que no lo fue ni por técnica ni por estilo: lo fue por hambre,
por instinto y por inteligencia. Tampoco se propuso ser el mejor. Con
seguridad, jamás tuvo sueños de boxeador.
El amaba el fútbol y era hincha fanático de Colón de Santa Fe, el club de los
negros, de los pobres. Pero en fútbol no alcanza con ser duro; hay que saber
jugar, tener las piernas ágiles y al Negro no le daba para eso.
De una infancia sin juguetes y un pasado sin honor, como dice el tango, Monzón
fue boxeador por consecuencia lógica, por ferocidad. En las trenzadas de bajo
fondo, donde las cuestiones se dirimen a cuchillo, con revólver o a trompadas,
se dio cuenta que ganaba fácil. Astuto como era, advirtió que para un tiempo
como él, habituado a los rigores callejeros, que tanto dormía en el rancho como
en la celda de una comisaría, subirse a un ring a enfrentar a un muchacho que
hacía box porque le agradaba o porque tenía condiciones, era una tontera.
}Entró al gimnasio Cochabamba en condiciones físicas deplorables, , producto de
una grave desnutrición infantil, la misma desnutrición que, a cambio, le forjó
su dureza interior, su terrible mirada, fría como el acero de una espada, y el
miedo que daba. Cayó en manos del único hombre al que obedeció ciegamente en su
vida: Amilcar Brusa.
El gran fabricante de campeones supo de inmediato que tenía enfrente a un
peleador diferente., Lo cobijó con respeto y aprecio y el indio salvaje que
habitaba en Monzón se canalizó en el box. El resto lo hicieron las vitaminas y
el pulimento que le proporcionó el maestro.
Nino Benvenutti era campeón olímpico, europeo y mundial., Un estilista, un
fenómeno. Monzón era el negro de más agallas de Barranquitas, título que no se
obtiene recogiendo flores precisamente.
Y como ea de esperar, porque no había equivalencia ninguna, Monzón lo
despedazó. Idéntica situación se repitió con fenomenales rudos, extraordinarios
púgiles como Emile Griffith, Beny Briscoe, Jean Claude Bouttier, Rodrigo
Valdez, Mantequilla Nápoles.
La técnica, el vigor, las dotes excepcionales de estos chocaban,
irremediablemente, contra ese instinto animal, fermento del pasado. Lo mismo
les hubiese sucedido a Marvin Hagler, a Ray Sugar Leonard o a Roberto Mano de
Piedra Durán. Ninguna virtud boxística lo hubiera derrotado. Tampoco física,
porque a fuerte, el Negro era fuerte y medio. Y mucho menos por inteligencia.
Monzón tenía la astucia del cazador. de campo, que sabe esperar el momento de
saltar sobre su presa. Le gustaban más las mujeres que comer. También el trago
fuerte, pero antes de cada pelea se cuidaba como un asceta. La misma
inteligencia que impidió que algún manejador inescrupuloso lo esquilmara. La
misma que, en la vida y a pesar de todos sus entreveros con la ley, le hizo ver
que valía más la pena estar de este lado del mostrador.
La imagen de duro le dio fama entre el sexo débil, antes y después de la
gloria. Se le entregaban solas, deseosas de conocer sus dotes de supermacho. El
dinero le llegó a borbotones. El cine le abrió paso a su leyenda. Pero a la
gente no le gusta tanto éxito y a él le faltó sobriedad para manejarlo. En un
hecho confuso, la sociedad se ensañó con el Negro y lo envió al destierro de la
cárcel. Con la muerte, el personaje legendario, protagonista de mil andanzas y
hazañas, entra en la mitología del deporte. Ahora, más que nunca, es un libreto
cinematográfico.
De algo se puede estar seguro: no habrá ninguno igual.
1 comentario:
Me parece un comentario criterioso. mas alla de aprender con lo apuntado
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