El emblemático establecimiento de la calle Bergara celebra
su centenario ligado a la vida y costumbres de Barcelona
Era un caluroso mes de julio de 1953. El futbolista Alfredo
di Stéfano llegó a la ciudad condal para fichar para el Barça. “Yo he venido a
España para jugar en el Barcelona, y si no me volveré a mi país”, dijo el astro
argentino por aquel entonces, aunque acabó vistiendo la camiseta blanca y
triunfando en el Real Madrid.
El estira y afloja del fichaje más polémico de la liga
española duró bastantes días y el Hotel Regina, donde se alojó el delantero
durante ese tiempo, se convirtió en un mudo testigo de excepción de este oscuro
episodio deportivo enmarcado en plena dictadura franquista. Este huésped y sus
circunstancias configuran solo uno de los muchos capítulos de la historia del
veterano hotel barcelonés.
Inaugurado en 1917, el Regina ya puede presumir de ver pasar
desde sus balcones modernistas un siglo de vida barcelonesa
Inaugurado en 1917, el Regina ya puede presumir de ver pasar
desde sus balcones modernistas un siglo de vida barcelonesa. Además, forma
parte del exclusivo club de los cinco hoteles más antiguos de la ciudad,
célebre por acoger por Sant Jordi el tradicional desayuno de escritores.
Más allá del año, no se sabe con exactitud la fecha de la
inauguración, pero sí quién hay detrás: Francisco Recasens, un self-made man
nacido en Valls que a los 16 años se trasladó a Barcelona en busca de fortuna,
y la encontró. Se dedicó al trabajo de cochero y ahorró lo suficiente para
abrir junto con su mujer una tienda de comestibles que servía también a hoteles
y pensiones.
No le debía ir mal el negocio, ya que en 1909, con 34 años,
decidió dar un paso más y aprovechó la oportunidad de comprar por 5.300 pesetas
(lo que hoy serían unos 32 euros), uno de los establecimientos a los que
abastecía de fruta, verdura y alimentos varios, la Pensión Francesa, justo enfrente
del actual hotel Regina.
La suerte le seguía sonriendo y en 1913 apostó por ampliar
el negocio y trasladarse al número 4 de la calle Bergara. Nacía así, cuatro
años después y sobre los cimientos de un edificio regio, el actual Hotel
Regina.
Las habitaciones número 13
Sin duda, las necesidades de los huéspedes han ido variando
a lo largo de este siglo de vida y también los servicios del hotel. Algunos
viajeros del primer tercio del siglo XX solían ir acompañados de su personal de
servicio, como chóferes o asistentas, y el establecimiento disponía “de unas
habitaciones pequeñas y sencillas para alojarlos”, explica Luis Roig, el
director general del Grupo Regina. Eso sí, no indicadas para supersticiosos, ya
que se trataba de las número 13 de cada planta.
En la última de ellas, arriba del todo, vivía personal del
hotel. Además, en el piso más alto “también había una lavandería y se planchaba
a mano”, rememora Roig antes de destacar que el hotel “tenía un horno de leña
donde se hacía pan a diario”.
El Regina también fue pionero en ofrecer un servicio que hoy
nos parece imprescindible pero que “antes era inimaginable”, como es el baño
dentro de la habitación.
De la Exposición Internacional del 29 a los Juegos Olímpicos
del 92
El primer gran acontecimiento social que vivió el hotel fue
la Exposición Internacional de 1929. El incombustible Francisco Recasens
aprovechó la ocasión para embarcarse en una nueva ampliación. “Adquirió dos
edificios de al lado, el actual Hotel Pulitzer, y pasó de 100 a 200
habitaciones”, explica Roig.
La jugada salió redonda durante el evento pero no superó la
crisis económica posterior y Recasens acabó volviendo a su Regina original con
el centenar de habitaciones que todavía hoy se conservan, espaciosas y muchas
con salón incorporado.
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“Antes los metros cuadrados tenían menos valor y hoy las
haríamos más pequeñas, pero nos gusta conservar este sabor añejo y ofrecer un
valor añadido que proviene del pasado”, argumenta el director general del Grupo
Regina.
El hotel también sufrió el horror de la Guerra Civil, aunque
resistió indemne a los bombardeos que asolaron la ciudad y que aterrorizaron a
sus habitantes. Durante el conflicto, dejó de hospedar turistas para
convertirse en un hospital de campaña que también acogió a refugiados. “El
propietario marchó a Italia y reabrió en precario en 1939”, recuerda Roig. “Él
mismo explicaba que se dedicó entonces a ‘hermosear el hotel”.
Tras el periodo franquista y con los Juegos Olímpicos en perspectiva, el Regina vivió otra reconversión durante la década de los 80. “Se hizo una renovación integral y pasamos de las tres a las cuatro estrellas actuales”, explica Roig.
Aparte de su estructura original, el hotel conserva todavía su marquesina modernista que da la bienvenida a los huéspedes y ahora, como homenaje a su siglo de vida, ha decidido recuperar la música en directo que lo caracterizó. No en vano, su antiguo salón de baile acogió espectaculares fiestas en tiempos de ostentación.
Cada jueves hasta finales de año, de 19 a 21 horas, el piano Yamaha de media cola centra la atención de huéspedes y visitantes con una amplia programación de conciertos que toca diferentes estilos de las manos de pianistas reputados. “También estamos preparando una fiesta de aniversario para después de verano”, avanza Roig.
De momento, el Regina no deja de observar el devenir de la ciudad desde su privilegiada y tranquila calle Bergara, a pesar de que se encuentra tan solo a 100 metros de la ajetreada plaza de Catalunya.
En un siglo, Barcelona ha pasado de 500.000 a más de 1.500.000 de habitantes y la oferta hotelera se ha disparado junto con la presencia turística que tanto preocupa a los vecinos. Pero hay aspectos que se mantienen, y no solo la eterna rivalidad entre el Barça y el Madrid, sino también la personalidad de los pocos establecimientos emblemáticos que persisten a pesar de los pesares y que configuran la esencia de la ciudad.
Durante la Guerra Civil dejó de hospedar turistas para convertirse en un hospital de campaña que también acogió a refugiados
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